8 de septiembre de 2008

reflexiones grotescas

Es curioso cómo a lo largo del tiempo algo deja de pertenecer a uno mismo al no asistirlo, aún permaneciendo en la mente durante dicha ausencia. El único motivo es la negligencia disfrazada de varias excusas más o menos aceptables, como podría ser el cansancio, la pereza, falta de tiempo o mi preferida: falta de organización.

Pero lo más curioso de todo es que nos sentimos indignados al saber del arrebato de nuestras “posesiones”, aquellas que solamente necesitan un poco de cuidado diario, atención justa y agasajo quizá un poco excesivo. Por supuesto estoy hablando de las propias personas.
Sé que podría resultar grotesco o inadecuado coronar con estas palabras la relación humana, pero al haberme sorprendido cuando me he decidido a entrar en el blog después de cuatro meses, y haber tenido que realizar múltiples acciones excitantes y peligrosas que podrían poner en riesgo la simplicidad humana, creo que puedo permitirme el lujo de incorporarme al mencionado grupo de indignados.

Porque todos sabemos que la vida nos hace perder demasiado tiempo como para poder cuidar a todas las personas que tenemos a nuestro “cargo”, las cuales tienen las capacidades necesarias para poder cuidar de ellos mismos; por qué cuidar esas llamadas “amistades”, que solo ofrecieron cinco minutos, hablemos de hora y media como mucho, de momentos que se podrán recordar un millón de horas después; por qué ceder a dejarle perder el tiempo al corazón pensando en la felicidad de los que nos rodean, ya sea por trabajo, vivienda o pareja nueva. Por qué dejar que se inunde de gozo del otro, si el cerebro puedo realizar múltiples acciones mucho más importantes en el mismo tiempo; para qué entender que hay más de una cosa en la vida que permite llenar a los que deben importarnos, cuando tú no has sido capaz de vivir esas mismas cosas y que, por supuesto, no te incumben; por qué pensar en un momento en los detalles que pueden hacer sentir bien a los demás si no los tienen ya.

Seamos sinceros, por qué desperdiciar tanto tiempo cuando tanto se necesita para organizar nuestra propia vida, esa que es tan imprescindible para uno mismo y que está repleta de reuniones, conversaciones, momentos y situaciones en las cuales, curiosamente, siempre están llenas de personajes.

Grotesca o no, de lo que sí estoy segura es que me han timado. Y me han timado por la sencilla razón de que, aun estando enamorada hasta la médula, mi “ceguera” me permite darme cuenta de que pocas cosas en la historia han dejado de ser importantes o protocolarias para las personas, dejando de lado los elementos esenciales que componen nuestra vida y que, cuando llegamos a darnos cuenta, somos tan soeces y necios que nos creemos en el derecho de reclamarlos o desecharlos por inutilidad o defectos varios, refiriéndonos en todo momento a las personas.

Y detrás de todo esto, tras convencerme a mí misma de que no encontraré ningún apoyo a mi alrededor que muestre lo contrario, hago un gran esfuerzo y muestro mi sonrisa más burlesca para manifestar que, después de todo, también existe alguien que es capaz de conservar ese gran tesoro, capaz de sonrojarnos al demostrar que con la mayor de las humildades, no hay nada más bonito que, ante las complejas maldiciones que un personaje puede albergar, la existencia de un simple corazón expuesto a lo que le echen.
Por supuesto que me refiero a ti… te quiero